He estado pensando en lo que significa dejar cosas por Dios.
Hoy en día, es casi una norma buscar un mejor trabajo, más ingresos, viajar, mejorar nuestra calidad de vida. Todo eso parece lógico, incluso necesario.
Pero cuando leo el evangelio, me encuentro con un mensaje que va en otra dirección: soltar.
Soltar la seguridad, el dinero, la comodidad.

Y eso me hace preguntarme:
¿Hasta qué punto estoy dispuesto a dejar lo que el mundo considera éxito, si Dios me lo pide?

A veces, Dios va en contra de los estándares culturales o de la lógica que el mundo construye.
Por eso necesitamos tener el espíritu, la mente y el corazón bien despiertos.
Porque habrá momentos en los que Dios nos pida cosas que no tienen sentido desde afuera, que parecen contrarias a todo lo que aprendimos como “normal”.
De hecho, me atrevo a decir que el evangelio tiene esa esencia: romper esquemas.
Miren a Abraham, cuando Dios le pidió dejarlo todo sin saber a dónde iba.
Miren a Jonás, enviado justo al lugar que quería evitar.
O a Oseas, que recibió un mandato que iba completamente contra las normas de su tiempo. En cada caso, Dios no actuó según la lógica humana. Actuó según su plan. Y ese plan a veces incomoda, desconcierta, sacude. Pero es real, es profundo y transforma.

Seguir a Dios no siempre se trata de “mejorar” según el mundo.
A veces se trata de perder, soltar, dejar —porque hay algo eterno que no se ve, pero se construye desde el amor.
Y me pregunto:

¿Qué pasa si el llamado de Dios no es avanzar, sino retroceder?
¿Qué pasa si en vez de darme, me quita?
¿Y si en vez de subir, me pide quedarme quieto o bajar?
Es curioso cómo muchas veces citamos frases como “no somos de los que retroceden” o “vamos de victoria en victoria” como si fueran declaraciones de avance profesional, económico o ministerial constante.
No estoy en contra de ese tipo de avances —son parte de la vida y muchas veces una bendición— pero, ¿son la única forma de victoria?
A veces seguir a Dios no se ve como una conquista.
A veces parece una pérdida.
Pero en el Reino, no todo lo que retrocede es derrota.
Y no todo lo que avanza es fidelidad.
Quizás la verdadera pregunta no es “¿estoy progresando?”, sino:
¿estoy amando?
Porque ahí, aunque el camino parezca un retroceso, el alma avanza.

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