La vi entre finales del 2024 y principios del 2025, en esos días donde todo huele a exceso. Comida que sobra, ropa nueva que nadie necesitaba, regalos que ya perdieron el encanto. El corre corre de fin de año. Y después llega enero con su aire de se acabó la fiesta y las caras largas en la calle.

Melancolía, cansancio y cuentas por pagar. En medio de todo eso, entre pausas robadas al día a día, apareció Perfect Days, película que refleja lo opuesto, a ese consumismo y ansiedad de fin e inicio del año (de todo el año mejor dicho) y aunque me tocó verla en cinco pedazos, se quedó conmigo, porque esta es de esas películas que te piden silencio y atención, como si te hablaran al oído : “Apaga el celular, respira y mira bien”.

La belleza de lo pequeño

Hirayama (interpretado por Kōji Yakusho, con una actuación que no actúa, sino que es) limpia baños públicos en Tokio. Sí, baños. Pero no cualquier baño: son obras de arte diseñadas por arquitectos famosos, casi como pequeños templos. Y ahí está la clave. Wim Wenders, el director de la película, nos recuerda que lo sagrado no está en lo raro, sino en lo cotidiano.

Cada gesto de Hirayama—regar una planta, tomar una foto de un árbol, escuchar un cassette viejo—es un acto de resistencia. En un mundo que nos grita: “¡Sé diferente! (pero comprá esto para lograrlo)”, él elige otra cosa.

La rutina como liturgia

Hirayama vive en un loop. Se levanta, trabaja, come, lee, escucha música, duerme. Y al día siguiente, lo mismo. Pero en esa repetición hay algo sagrado.

La repetición parece revolucionario, a algunos les da alergia. Nos pasamos la vida tratando de ser distintos, de buscar lo novedoso, de romper rutinas, de encontrar algo “grande” de aprender cosas nuevas en Youtube. Y, sin embargo, este hombre nos enseña que la verdadera libertad vocacional no está en hacer lo que deseas, sino en amar lo que haces.

Me hizo pensar en las oraciones diarias. En los himnos repetidos. En los pequeños rituales que parecen monótonos pero, en realidad, nos moldean. Hirayama demuestra que la santidad no siempre está en lo extraordinario. A veces, se esconde en la fidelidad de cada día.

Lo que nadie te dice (y esta película sí)

Vivimos convencidos de que la productividad es moverse rápido, acumular cosas, logros, experiencias y comprar lo último. Pero esta historia te muestra otra cosa. Tal vez la plenitud está en bajar la velocidad, en mirar el árbol de siempre con otros ojos, o como dijo, “Jesús mirad las aves de los cielos y los lirios del campo”, en hacer bien lo que toca hacer. Este tipo encuentra felicidad justamente estas cosas, especialmente en el ritual de limpiar baños, vaya paradoja. 

Y, por si fuera poco, la banda sonora fue espectacular.

Al final, Perfect Days me dejó pensando en la vida como un regalo diario. En los baños públicos que nunca miramos. En las canciones que escuchamos sin prisa. Y en Yakusho sonriendo bajo la lluvia, como diciéndonos que la vida no es una carrera, sino una colección de pequeños momentos—como la gracia, como la oración, como un susurro de Dios en lo simple.